Fecha

2019

Categoría

Narrativa

Talíto hizo ayer lo que nunca: durante buena parte de la tarde estuvo observando la plaza desde el murete bajo, junto a la escalera del enorme edificio del banco.

Siempre deambulaba por la ciudad hasta la noche, tras el capricho de los perros flacos de pelaje indefinido a causa del hollín; pero ayer sus ojos recorrieron cada pedazo de la plaza desierta, los canteros pisoteados, las formas negras de la estatua ecuestre, los vasos de plástico amontonados en el piso junto al cordón de la vereda, bajo el carro metálico y cerrado del vendedor de hamburguesas.

Lo que nunca: sin moverse, deambuló toda la tarde por el montón de sus recuerdos

Cuando subió la escalera los últimos reflejos del sol iban abandonando el espacio de mármol frío donde cada noche desplegaba los cartones y estiraba las mantas para acostarse bajo el alero. Junto a los perros.



Otros perros, muy distintos a China.



Es cimarrona, como el mate, y su cuerpo parece un gran budín marmolado algo pasado de horno.

La descomunal cabeza de soldado de Artigas mete miedo montonero pero en algún lado tendrá la ternura, porque cuando se levantó e hizo caminar su enorme pesadumbre por el patio del casco de la estancia, mostró bajo el vientre una vasta cordillera negra dada vuelta. Es la seña que dejaron decenas de cachorros. Allí estaba la ternura de la perra.

Se llama China y es gran campeona, le dijo el hacendado al ver que el muchachito la miraba con marcado asombro aquella tarde de verano en El Cordobés.

Y Talito le preguntó adónde habrá dejado a Rómulo y Remo arrodillados, con la boca abierta hacia arriba, esperando. Y después le contó al hombre que lo miraba asombrado todo lo que había pensado del animal. Y el estanciero reflexionó un instante y le dijo que si salís del campo, muchacho, vas a llegar lejos con toda esa imaginación.



Fue lo que recordó anoche antes de mirar el líquido azul de la botella de plástico y decidir hacer lo que nunca: no tomar.

Amanece y él duerme. Está rodeado por los dos perros flacos, mantas de cuero y hueso, en la puerta de la sucursal 19 de Junio del Banco de la República, debajo del alero.

En invierno, los canteros de la Plaza de los Treinta y Tres se ven deslucidos, ralos, sin pasto, y jamás huelen a campo.


Matías Prado